Yo soñaba hasta el agotamiento con un limpio, pequeño laberinto en cuyo centro estaba un ánfora, que mis manos casi tocaban, que mis ojos contemplaban, pero los senderos eran tan complicados como confusos, que se me hizo claro: moriría sin haber llegado jamás allí.
Jorge Luis Borges
La experiencia humana muestran un carácter universal de plano sorprendente. Un colectivo de conciencias que se atisba en el lenguaje onírico de historias que se repiten entre gentes y tiempos sin una conexión aparente. El significado de estas historias es como una cebolla. Las puedes entender o asimilar casi arbitrariamente, dándoles alguna interpretación que te acomode. Pero al ver de nuevo la historia desde la perspectiva de nuestra interpretación, notamos algún detalle que no encaja y podemos dilucidar otro significado que no habíamos percibido al principio. Pero al ver de nuevo la historia vemos que en realidad no sabemos que no está diciendo ad infinitum.
Estas historias están llenas de símbolos que reconocemos pero que no sabemos con precisión que nos dicen. El número 7, el color rojo, el agua, el árbol, el toro. Su mensaje es para el subconsciente. De ahí su carácter universal, ya que reflejan la experiencia colectiva del ser humano.
Es fácil reírle al niño que no percibe la referencia al pájaro Uyuyuy en la historia de la cigüeña o, contrariamente, interpretar la historia de Blanca Nieves como un cuento de cantina pero el código de los cuentos populares tiene elementos más allá de lo obvio y picaresco.
Una de las historias centrales de la mitología griega es el cuento del Minotauro: Por supuesto la aventura del hombre de acción; Indudablemente la historia rosa de la princesa enamorada; Efectivamente la historia de terror para contar en noches de tormenta; El cuento picante de la mujer lujuriosa y el marido engañado; La advertencia moralista sobre los peligros de ofender a los dioses.
Una historia que puede ser contada desde la perspectiva de un cuento infantil hasta una morbosa historia pornográfica debe en realidad ser a cerca de algo más fundamental y profundo: Los miedos interiores, los vericuetos de la mente. Por supuesto. todo eso y lo que se nos ocurra, pero en ‘ultimo análisis su mensaje no puede ser discutido, solo sentido como las sensaciones de un sueño. El mismo nombre del cuento, La casa de las hachas, es un acertijo. Un acertijo indescifrable pero de clara carga emotiva que puede ser percibida aculturalmente por cualquier hombre, independientemente de tiempo y espacio. El mundo y destino como un laberinto, como una jaula donde los dioses juegan con nosotros.
Los laberintos más antiguos que aparecen mencionados en literatura, son los laberintos de Egipto y de Creta. El griego Heródoto visitó Egipto hacia el año 450 a. C. El relato de su estancia fue plasmado en el libro segundo de su Historia, de nombre Euterpe -musa de la música-. Gracias a su relato se han podido reconstruir algunos aspectos significativos de la vida de los egipcios, de los que solamente teníamos constancia por las diferentes pinturas de las tumbas. Si bien la descripción de la meseta de Gizeh ha sido uno de los pasajes más comentados de Heródoto, no lo es menos el fragmento en el que hace alusión al célebre laberinto. Su ubicación, desconocida hasta el siglo pasado y aún puesta en duda por multitud de investigadores, se encontraba en la región de Hawara, cerca del lago Moeris, tal y como señaló Heródoto. He aquí la descripción que del Laberinto nos proporciona Heródoto (2, 148, 1)
… Decidieron también dejar en común un monumento conmemorativo suyo y, una vez tomada esa decisión, ordenaron la construcción de un laberinto, que se halla algo al sur del lago Meris, aproximadamente a la altura de la ciudad que se llama Cocodrilópolis…
Tiene doce patios cubiertos, seis de ellos orientados hacia el norte y los otros seis hacia el sur, todos contiguos, cuyas puertas se abren unas frente a otras, y rodeados por un mismo muro exterior. Dentro hay una doble serie de estancias -unas subterráneas y otras en un primer piso sobre las anteriores-, en número de tres mil; mil quinientas en cada nivel.
La descripción de este monumento realizada por Estrabón, muy similar a la de Heródoto, hace referencia a un lugar muy concreto de Egipto. El lago mencionado en los textos fue identificado con el lago Moeris, situado en el oasis de El-Fayum, y la tumba próxima al laberinto, con la pirámide de Amenemhat III, de la XII dinastía (1.800 a. C.) construida en ladrillo de adobe secado al sol, y que se encuentra junto a las ruinas del laberinto. Hoy día el acceso al interior de esta pirámide es imposible por el mal estado de conservación de la misma, y porque la entrada se encuentra cubierta por la arena del desierto.
A las ya mencionadas descripciones de Heródoto y Estrabón, habría que añadir los relatos de Diodoro de Sicilia y de Plinio el Viejo. Richard Lepsius, cabecilla de la expedición patrocinada por el rey de Prusia a Egipto y Nubia, siguiendo estos relatos, pareció encontrar el laberinto en esta región, junto a la pirámide de Amenemhat III, a unos 90 kilómetros al sur de Menfis. En la época en la cual el prusiano visitó esta región (1.842-1.844), todavía se mantenían en pie alguno restos del edificio, los suficientes como para llevar a creer a Lepsius que realmente se encontraba ante el mítico laberinto descrito por los clásicos. La excavación de Sir Flinders Petrie llevada a cabo a finales del siglo XIX, permitió obtener un plano del monumento y poder comparar punto por punto, las similitudes y diferencias del edificio con las descripciones de Heródoto y Estrabón. Los planos de la excavación muestran una serie de habitaciones de tamaño variado, pegadas unas a otras de tres en tres o de seis en seis, precedidas de unos pórticos columnados. Es posible que en la Antigüedad el recinto estuviera rodeado por una gran columnata, que cercaba al edificio en toda su extensión y cuyo perímetro era de 370 metros (200 metros por 170 metros). En la memoria de excavación del yacimiento, Petrie no menciona en ningún momento los diferentes pisos aludidos por los autores griegos. Tampoco se ha podido encontrar en el monumento de Hawara un piso subterráneo en donde hubieran estado los enterramientos mencionados por Heródoto. De la publicación de Petrie sobre el laberinto es fácil deducir que el conjunto arquitectónico encontrado en Hawara, se aleja de la idea tradicional de un laberinto. Pensamos en un laberinto como un espacio intrincado, lleno de recovecos y pasadizos, de donde resulta francamente difícil encontrar la salida. También, todos pensamos que Heródoto tenía en la mente la misma idea que nosotros tenemos de este tipo de edificios, no en vano, él mismo utiliza la palabra Λάβρυς para referirse a este lugar. El término griego hacía referencia en un principio a las hachas de doble hoja que decoraban las paredes del palacio de Cnosos en Creta, vinculado muy directamente con la leyenda del Minotauro. El carácter enrevesado de los pasillos de este palacio hizo que, por extensión, todos los edificios que ofrecieran una estructura enredada y confusa, recibieran el nombre de laberintos.
Sin embargo, como se puede apreciar perfectamente en la reconstrucción del edificio realizada por Petrie, ninguna de estas características arquitectónicas puede ser adjudicada al monumento sito en la región de Hawara junto a la pirámide de Amenemhat III. Heródoto hace especial hincapié en un hecho que no debe pasar por alto: era imposible que un hombre no acostumbrado a recorrer el lugar, pudiera salir del edificio si no era con la ayuda de un guía que le indicara correctamente el camino, y en los dibujos de Petrie no observamos ninguna complicación en este sentido.
El griego Estrabón en el siglo I a. C., menciona la existencia de unos subterráneos en el laberinto egipcio. Sin embargo, al igual que sucede en el relato de Heródoto, no presenta ninguna descripción de los mismos. Solamente será el romano Plinio el Viejo en el I d. C. quien haga la única referencia conocida a los mencionados subterráneos, aludiendo que eran “oscuras galerías con columnas de piedra, efigies de dioses, estatuas de reyes y todo tipo de repugnantes efigies.” Cabe preguntarnos el porqué de este vacío literario en los autores más antiguos y la repentina descripción de Plinio. Los subterráneos del famoso laberinto contenían algo que hoy desconocemos. Más oscuro resulta ese vacío literario toda vez que, cada día que pasa, son más los que opinan que el verdadero laberinto está por descubrir y que no se encuentra en el lugar señalado por el arqueólogo Richard Lepsius en 1.843.
Cualquiera que visite la moderna región de Hawara se llevará una inesperada sorpresa. En primer lugar el acceso a la región es un tanto tortuoso, toda vez que este centro se aleja de cualquier ruta turística convencional. Para llegar hasta allí hay que alquilar una buena furgoneta en El Cairo y poner camino hacia el oasis de El Fayum.
Es tan poca la gente que pasa por allí, que una vez que estás ante la garita del vigilante del lugar, le tienes que convencer de que no te has perdido y que realmente estás buscando el laberinto y la pirámide de Amenemhat III. El guarda tardará unos segundos en reaccionar y dar crédito a lo que dices; eso sí, después de hablar con el chofer que te ha traído, quien asentirá tus palabras. El paisaje es desolador. Todo está en ruinas y lo único que destaca es la pirámide de ladrillos de adobe a la que, para colmo, no puedes entrar porque la puerta está cubierta por la arena del desierto.
Luego Plutarco narra las hazañas de Teseo en el laberinto de Cnosos construido por el genial arquitecto Dédalo. La versión atribuida a Plutarco es aparentemente una evolución del culto de las grutas de la Edad de Piedra. El término laberinto tiene procedencia pre-griega y se originaría en el término “doble hacha” que guarda relación con Cnosos, puesto que ése es un símbolo grabado en varias de las piedras aún existentes del palacio.
Guy Béatrice, en su artículo “El laberinto hermético”, da cuenta que el término “laberinto” no procede del griego Λάβρυς o doble hacha de los aqueos que presidiera el palacio de Cnosos; ya que, agrega, “hacha” se dice πελεκης. “Laberinto” vendría de “labra/laura, esto es, “piedra”, “gruta”. René Guénon también afirma que el origen de la palabra no estaría en Λάβρυς . Algo contrario opina Paul de Saint-Hilaire quien propone el etimológico significado de “nasa de pescador”, siendo Teseo el pececito atrapado.
La civilización cretense del segundo milenio a.C. recibe su nombre del legendario rey Minos, que mandó construir el laberinto. Según Eliade si este último no es el palacio de Cnosos, decorado de hachas dobles, es probablemente la imagen deformada de las antiguas grutas arregladas para servir de santuario desde el neolítico.
El culto minoico consistía en sacrificios y ofrendas en las grutas y sobre las cimas de las montañas, en santuarios rurales construidos alrededor de árboles sagrados o en habitaciones especiales de los palacios. Los rituales del fuego sobre las montañas, las procesiones y las acrobacias sobre los cuernos de un toro forman parte de la vida religiosa cretense.
La alianza cósmica que se expresa a través de la unión del mar (toro blanco) y la tierra (Pasifae casada con el sol: Minos), encuentra su oponente “lógico” en el ámbito celeste, de modo que Minos se desdobla en Teseo para recuperar a Pasífae-Ariadna.
El toro es un símbolo del caos, de la naturaleza incontrolada y hostil. Una fuerza enorme y brutal. Símbolo de muerte y anonadamiento y también símbolo de poder, fecundidad y vida. Humanizando a la bestia es posible domesticarla: la cópula del toro de Poseidón con la reina Pasífae convierte al animal en su prolongación obvia, el Minotauro, en el plausible principio de la creación. El Minotauro es una criatura de las aguas oceánicas, Poseidón hizo salir del mar a su padre y según lo asienten otras versiones, era éste un toro que estaba destinado al sacrificio en honor del dios.
Del mito se desprende que los mancebos enviados como tributo de guerra de Atenas a Creta son víctimas del Minotauro, quien a su vez es presa del laberinto creado por Dédalo, quien está al servicio ( y también en el futuro será víctima) de Minos, que es víctima de la ira de Poseidón, quien le enviará el Toro blanco que Minos no sacrificará por su hermosura y del que se enamorará Pasífae, madre del Minotauro. Poseidón aunque no se explicite en el mito, forma parte de la red de destino general o cósmica inevitable, aún para los dioses, que los griegos llaman moira; así por ejemplo, el dios del mar, pese a su omnipotencia, no puede evitar que Minos deje de sacrificar a su Toro, y así cometa sacrilegio o infidelidad contra su autoridad divina.
Borges explica que el término ‘laberinto’ deriva del griego, cuyo significado es “el principio de las ruinas, los corredores, ese largo edificio construido especialmente para que la gente se pierda en él”. En “El inmortal”, dice:
En en alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.
Antes de que finalice la segunda parte, lo compara con la Ciudad de los Inmortales y se refiere del siguiente modo a esa ininteligible construcción:
Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin.
Borges recurre al laberinto y al mito del minotauro como metáfora de la vida, donde sin plena conciencia, nos consumimos en la busqueda de algo indefinido, situado en el lugar más inescrutables e inaccesible, por ejemplo, ‘el Hexágono Carmesí’ de La Biblioteca de Babel. En estos ámbitos predominan la simetria y la regularidad con la concomitante abolición de referencias absolutas de sucesión, de distribución y de ubicación en el tiempo-espacio.
Referencias
Obras de Borges
- Borges, crítica literaria de su obra, por Jaime Alazraki
- Los Teólogos
- El Aleph
- El inmortal
- La escritura del dios
- La muerte y la brújula
Referencia: El Inmortal, de Jorge Luis Borges, versión completa
Programas para crear y resolver laberintos con código fuente